esperando que vinieran
y se arrodillaran ante mis pies,
me yiró un chabón que corría
en la plaza por un rato en vez.
me cansé de ignorarlo.
elongando por mil horas
y mirándome fijo,
consentí su lujuria
devolviéndole el silencio
sin moverme un centímetro,
sin jugar a nada inútil,
sin arriesgar
mis cavidades, ni adivinar
de sus muslos, la firmeza,
de su pija, la entereza
que podía, exigiendo
las costuras de sus adidas
insistir tanto como la mía.
en lo que duró la larga lucha,
la silenciosa batalla,
la pulseada de miradas,
la dureza que esperaba
y la que no esperaba de mí,
ni de mis gestos,
ni de mis huecos imprevistos,
fue retrasando la caída
de la tarde, haciéndose más tarde
entre la gente erguida,
tibia, deportiva.
y cada vez más tarde,
después de unos minutos,
más de quince, quizás,
sin llegar
a sentir
su jadeo
en el mío,
su pulso
en mi galope,
su sudor
en mi desliz
ni su olor
entre los miembros,
de la plaza o del festín,
se fue corriendo de mí.