He de caminar por una pasarela imaginaria, vibrando de esplendor y hediendo el código secreto de los espasmos del fin del mundo. El mundo tal como lo conocimos, irritante, ajeno, insultante, capaz de convertirnos en seres sedientos por siempre, está por desaparecer.
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Al pivotear sobre mis tacos, antes de llegar al final de todo esto.
Vamos a desaparecer.
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He de aparecer, imposible.
Mi barba y mis labios, mi arquearme hasta ser dos glúteos inmensos como planetas en colisión, mis pezones afilados apuntando a la extinción.
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He de murmurar. Agarrame.
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He de gemir. Arrancame.
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Extirpame de todo esto.
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He de encontrarte al final de mi desfilar altivo, sobrepasándome en tamaño, ferocidad y lujuria.
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Nadie me hubiese tomado antes. Ningún otro ser daría su amor.
Su amor o sus brazos o su destino legendario multidimensional.
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He de mirarte y brillar mi mirada al llegar a tus labios. Abrir la boca y lanzar un suspiro. Ceder mi hueco ha de ser el próximo secreto, develado por la fuerza de tu amor equivocado.
He de esperar una caricia y en cambio, dejar que lo que venga a cambio sea.
Sea tu fuerza, tu bestialidad, tu lasciva impotencia retobada lo que retome un diálogo sin palabras en el que me deje. Mi dejarme, incógnita más rigurosa que mis pezones queriendo atravesar el tiempo, el amor, la carne y todo lo demás. ¿Todo lo demás? Ya no sabré de nada más.
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He de abrirme ante tu miembro dramático. He de perder la mirada atrás de la nuca y la respiración tras el bramido tras tras el jadeo tras el desgarro de la voz que desde la base interna de mi sentadera desarme mi centro y deshaga mi cuerpo o la leyenda de mi cuerpo ante tu realidad mítica, mitológica, escatológica.
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He de pensar. Por última vez, pensar que nos pienso sentir hondo. Y después nada más. Ni podré medir el tamaño de tu órgano inmenso, filoso, granulado y doble, ni de tus mil brazos y tus garras dejando jirones de mi piel serpentear y convertirse en animadas guirnaldas-globo huyendo de mi pasado, liberándose de mi presente, flotando hacia otros mundos, en otras dimensiones, honrosos de recibir mi olor y mi sangre, la podredumbre.
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He de sentir en cada apretado arrebato de tu fuerza sobre mi ruina, el ardor del deseo.
Mi último deseo.
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He de romper el hechizo que nos ata a esta vida. A los seres como nosotros, unas cuerdas de fibras tensas y profundas, nos suspenden del horizonte. De su desgaste asoman hilos de sangre de los que buscamos prendernos y amamantar, enredándolos entre nuestros dientes desgastados, desgajándonos en el tránsito del tiempo.
Nos llueven encantamientos que nunca se rompen, ni tras noches-tras-noche derramando lágrimas, maldiciendo el destino, flagelando los cuerpos únicos, aislados de la piel, de la promesa y su brebaje.
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[¿falta algo en el medio?]
He de sentirte sintiéndome al fin. Por fin, soltar la magia cautiva.
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He de dejarte derramar la leche de los siglos sobre los restos de mi cuerpo extinto. He de romper el encantamiento privado de tu monstruosidad, al soltar nuestro último y único orgasmo, el que nos borre de toda prueba de existir,de elixir, tras el choque fatal de tu cuerpo inmenso, rugoso, peludo, bicéfalo y alado contra las entrañas de mi cuerpo monstruoso, pequeño, transexual.